7 de septiembre de 2014

Los 1000 días que pueden cambiar el destino de una vida

Domingo 31 de agosto de 2014. Algunos párrafos de la nota publicada en La Nación, en sección Enfoques
Hay un tiempo preciso y precioso. Es ése que va desde que un chico comienza a crecer en la panza de su mamá hasta -dicen algunos- los dos primeros años. De hecho, algunos especialistas extienden ese tiempo de oro hasta los seis años. Pero en lo que hay una total coincidencia es en el rol decisivo de esos primeros momentos en la Tierra. Ya hay, de hecho, abundante literatura sobre ese momento que define el resto de la vida y que no es otra cosa que una sucesión de "ventanas de oportunidad" para dotar a ese niño o niña de cosas fundamentales para su desarrollo futuro. Pero no hablamos aquí sólo de lo más evidente como nutrición y salud, sino de ingredientes mucho más sutiles que hacen al desarrollo infantil temprano (o DIT): caricias, canciones, juguetes, música y alguien amoroso cerca con quién comenzar a investigar el mundo.

Cualquiera que haya tenido un bebé cerca lo sabe: es la época de los libros de baño, de la upa y el arrullo (ésa que solemos pasar tirados en el piso, jugando con peluches, cascabeles y pelotitas), ésa en que los chicos necesitan del juego, del mimo y del tiempo casi tanto como del sueño y de la buena comida. La clase de cosas en las que por años no se reparó demasiado por pensar que "ocuparse" de la niñez consistía básicamente en reducir la tasa de desnutrición y de mortalidad infantil.

Pero, como ya marcaba la UNESCO en el documento "Hacia un porvenir seguro para la infancia", hoy "la lucha por salvar vidas en la infancia debe ir acompañada por la lucha por dar sentido a esas vidas". Esto es lo que el consultor Robert Myers plantea como una mirada más allá de la supervivencia y centrada en un porvenir seguro. Esto implica garantizar a tantos como sea posible lo que se conoce como un "comienzo justo", de modo tal que el destino de esa persona no quede sellado desde su nacimiento. Pero, ¿cómo se empalma esto con una realidad local en la que -según datos de CEDLAS, de la Universidad Nacional de La Plata- 27, 3 %de los niños entre 0 y 4 años son pobres y 7,2% son indigentes? ¿Cómo es que se le habla, y juega y canta y estimula a un chico en una casa en donde a veces ni la comida diaria está asegurada o, en el mejor de los casos, se come pero no hay juguetes y aún menos tiempo para jugar? ¿Una casa en la que a menudo los más chiquitos quedan al cuidado de los hermanitos más grandes -cuando no de una providencial vecina- para que la mamá pueda salir a ganar la comida para todos?

EL FUTURO, EN EL PASADO

Entre las leyes, los tratados internacionales y las realidades suele haber, a menudo, un precipicio insalvable. Así, aquello del "cuidado", la "contención" y el "estímulo" promovido desde los organismos de niñez se reduce a menudo a frases que circulan en congresos y seminarios pero que nunca llegan al llano. No a todos, no adonde están y- tal vez lo peor de todo- no a tiempo. Porque, y de nuevo, en materia de primera infancia lo que manda es la urgencia y no hay tiempo que perder.
El doctor Abel Albino, con cuatro décadas como pediatra y dos exclusivamente dedicado al tema de la pobreza, lo ilustra con monedas. "Cuando nace, el cerebro de un chico pesa lo mismo que seis monedas de un peso. A los 14 meses, pesa como 150 monedas. Y ya alcanzó el 80% del peso que tendrá de adulto", detalla en una entrevista radial. ¿Qué significa eso? Que mañana siempre es tarde cuando se trata de chicos chiquitísimos. Que dejar librado a un nene pobre a la carencia que marca todo su alrededor (pobreza de colores, de sonidos, de cuidados, de tiempo) es, ciertamente, un desdén imperdonable y con consecuencias directas sobre ese chico y sobre la sociedad que lo dejó crecer a la intemperie.
Es que, efectivamente, esos mil primeros días que son el germen de todos los demás y que son, además, una inversión inmejorable: por cada dólar invertido, regresan no menos de 15. De hecho, según Florencia López Boo, economista senior en protección social del Banco Interamericano de Desarrollo (BID), "con la inversión en la primera infancia, los retornos son mayores que los que se hacen más tardíamente en el ciclo de vida. Estudios sobre la formación de habilidades han demostrado que las intervenciones en la primera infancia constituyen uno de los raros ejemplos de intervenciones que son al mismo tiempo equitativas y eficientes. Es decir, que reducen las desigualdades al tiempo que elevan la productividad de la sociedad como un todo". Definitivamente, el futuro está hecho de pasado. Aunque no se note a simple vista.

AHORA, TODOS, POR MUCHO TIEMPO

Sin embargo, el gran obstáculo para el desarrollo de políticas integrales y eficaces para la primera infancia es, justamente, el carácter invisible de esas inversiones en el corto plazo. Ni el funcionario más extravagante se animaría a inaugurar un cerebro bien cableado, que es justamente lo que se obtiene en torno de los 24 meses cuando un niño ha recibido -además de comida y vacunas- el suficiente cuidado, el suficiente abrazo, la necesaria cuota de canciones y besos. Esa clase de logros no suelen ganar elecciones, tal vez porque sólo se notan al cabo de muchos años. Pero hay, aun así, ejemplos demoledores.
Tal el caso del llamado Estudio Jamaiquino, una investigación que siguió durante décadas a cuatro grupos de niños muy pobres de la ciudad de Mona, Jamaica. Se trataba de 129 chicos de entre 9 meses y dos años, todos subdesarrollados para su altura y edad.
Para la investigación, los nenes (y sus familias) fueron separados en grupos. El primero recibió un refuerzo nutricional y asistencia en salud. El segundo, no recibió el refuerzo en nutrición pero sí libros, juguetes y la capacitación para que los padres supieran cómo estimular cerebralmente a sus hijos. Así, según cuenta el artículo publicado por la Asociación Estadounidense para el Avance de las Ciencias (AAAS), a los padres "también se les enseñó mejores maneras de conversar con sus pequeños y de responderles. Tales interacciones cotidianas no siempre son parte de la cultura en países de ingresos bajos. Quizás no les hayan enseñado cómo hablar con sus hijos o cuán importante y efectiva es esa comunicación". El tercer grupo recibió las dos cosas: el mismo refuerzo y cuidados de salud, y además a los padres de esos niños se les entregaron juguetes artesanales, libros con ilustraciones y asesoramiento acerca de cómo interactuar con sus chiquitos. El cuarto grupo, de control, no recibió nada y simplemente siguió creciendo como había crecido desde siempre los niños pequeños en esa comunidad empobrecida.
Como sea, décadas después los resultados estaban a la vista: "Los estudios de seguimiento durante los 20 años siguientes revelaron que los niños jamaiquinos que habían recibido estimulación mental tenían mejores calificaciones escolares y coeficientes intelectuales más altos; además, manifestaban menores indicios de depresión y se involucraban en menos peleas", consigna el documento. Más aun: analizados nuevamente como jóvenes adultos, se verificó que "quienes participaron en la intervención estimulativa habían ganado un 25% más que los niños del grupo de control. Y lo que es todavía más sensacional, habían cerrado la brecha -en estatura física y económica- entre ellos y los demás niños de estatura y peso normales en su vecindario".
Pero tampoco hay que viajar hasta Jamaica para encontrarse experiencias alentadoras. En Chile, de hecho, el programa Chile Crece Contigo va en el mismo sentido y -para preservarlo de los vaivenes de la política- tiene rango de ley y seguirá adelante suba quien suba al gobierno. Hace tres años, durante el encuentro regional de políticas integrales de primera infancia organizado en Buenos Aires por UNICEF, la pediatra chilena Helia Molina Milman explicó que "Chile Crece Contigo permite equiparar oportunidades de desarrollo infantil, previniendo las causas estructurales de la pobreza y aportando a la movilidad social. Genera prestaciones de apoyo a la primera infancia (desde la gestación hasta los 4 años), provistas por diversos servicios públicos, lo que permite realizar un seguimiento a la trayectoria del desarrollo de cada niño y niña durante su primera infancia, lo que implica detectar oportunamente situaciones de riesgo y/o factores de vulnerabilidad que los afectan a ellos y a sus familias. Esto se logra generando alertas que activen las prestaciones tanto de salud como del ámbito social, derivando y monitoreando caso a caso, para atender así las distintas situaciones de vulnerabilidad que se presentan". Sobre este mismo modelo chileno se está desarrollando un programa similar en Uruguay.

LA OTRA DEUDA

Según revela un documento del BID llamado "Panorama sobre los programas de desarrollo infantil en América Latina y el Caribe", efectivamente la mirada sobre la primera infancia ha cobrado otro valor. En el trabajo, los expertos analizaron 40 programas de primera infancia en 19 países de la región. Y si bien los avances son positivos, marcan varias deudas pendientes. Por caso, la cobertura suele ser bastante acotada (algo grave, teniendo en cuenta que salvo casos excepcionales en cada uno de los países no menos de la mitad de la fuerza laboral está conformada por mujeres); las listas de espera para acceder a los centros de infancia y programas por el estilo son eternas; si bien se sirve tres y hasta cuatro comidas a los niños, no siempre hay un seguimiento nutricional adecuado; y -tal vez lo más inquietante de todo- a menudo el personal no está adecuadamente entrenado y, más que estimuladores, suelen ser meros cuidadores.
En Argentina, mientras que la Capital Federal cuenta con los llamados Centros de Protección Infantil (orientados a contener y a estimular a chicos de sectores vulnerables), también existe un programa de alcance nacional llamado Primeros años, que -mediante reuniones mensuales- brinda capacitación a los padres y madres de las familias más desprotegidas en temas tales "lactancia materna, alimentación y nutrición, cuidados en el embarazo y del niño/a pequeño/a, prevención de enfermedades infantiles, hábitos de higiene, educación sexual integral, lectura y narración, juego, aprendizajes tempranos, escolarización inicial, terminalidad educativa, promoción del trabajo decente, erradicación del trabajo infantil, derechos del niño, entre otros", precisa Liliana Pierotti, del Ministerio de Desarrollo Social, en el documento "Crecer juntos para la primera infancia".
La pregunta de siempre: ¿alcanzará con eso? Para Fabián Repetto, investigador del Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y la Igualdad (Cippec) y director de su Programa de Protección Social, claramente no. "Porque si bien es real que ha habido avances en primera infancia, como el plan Primeros Años o el Plan Sumar, lo que no hay muchas veces es coordinación ni presupuesto suficiente. Hay programas, sí, pero no políticas públicas integrales, como tampoco hay algo que considero fundamental para el éxito: el monitoreo de lo que se hace. Hoy hay muchos programas pero no se sabe cuál funciona y cuál no. 
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INFANCIAS EN ALERTA ROJA
200 millones son los niños menores de cinco años que, en el mundo, no logran desarrollar todas sus potencialidades por haber nacido en la pobreza.
18.000 son los chicos menores de 5 años que mueren por día en el mundo a causa de enfermedades evitables.
1000 días son, en principio, el tiempo del que se dispone para intervenir positivamente en la estimulación cerebral de un niño.
90% del desarrollo total del cerebro se alcanza en los dos primeros años de vida.
17 dólares es la cifra que se evita de gastar un Estado con tan sólo invertir 1 dólar en la primera infancia..

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